lunes, 8 de noviembre de 2010

Bicicleta

La teníamos arrinconada en un cuarto del departamento donde vivíamos, casi como abandonada. Recargaba su peso en el muro. Una bicicleta grande y vieja, oxidada y despintada. Se le notaban las canas, le faltaban dientes a su cadena. Tal vez si no hubiese tenido cinta de aislar en su manubrio roto, se hubiera visto mejor. Sus ruedas adornadas con plásticos de colores estaban desinfladas y tristes. Se le veía cansada.

No tenía yo mucho tiempo de conocerla, si acaso cuatro meses o un poco menos, pero le tenía mucho cariño. Nunca la había montado, no era mía y a decir verdad era un estorbo por la ubicación en la que se encontraba. Al abrir la puerta del departamento lo primero que miraba era la bicicleta. Ella me daba el saludo de bienvenida y me despedía cada vez que cerraba la puerta tras de mí. Me hacía compañía cuando él no estaba. La movía siempre con cuidado, cuando se caía la levantaba como si fuera tan delicada como un jarrón de cristal. Adornaba esa habitación, deslumbraba ya que era el único objeto inerte dentro de ese cuarto, además de una mesa pequeña y tres sillas de jardín. La bicicleta promovía la esperanza de que algún día en ese cuarto estaría acompañada de unos sillones, un librero, una televisión y hasta de un comedor formal. O podía irle mejor y tener algún día su cuarto independiente donde pudiera convivir con otros objetos de su edad. Sin duda se sentiría más a gusto.

Un día, él llegó y dijo: "Hoy voy a darte un paseo en bicicleta".

Dudé por un instante. La bicicleta se veía tan en desuso que temía por mi vida. Estaba segura de que si nos subíamos los dos, la pobrecita se iba romper. No, no, no y no. No me iba a subir, Qué miedo, que desconsideración de su parte... Y al final, acepté. No podía decirle que no a ese par de ojos.

Él le pasó un trapo viejo, casi de la edad de ella, por todo su cuadro, por el manubrio y el asiento. Sin duda se notaba la diferencia, ahora que la veía desempolvada. Juntos la cargamos y la llevamos abajo, como si fuera una mujer recién casada. Pusimos sus llantas en el frío concreto y él la puso a andar, tomándola firmemente del manubrio con sus manos, dirigiéndola hacia la salida y a la vez calentando sus pasos para que estuviera lista para llevarnos.

Salimos y él se subió sin comprender la fragilidad del asunto. Me invitó a subirme detrás de él, como su copiloto en los feos y desgastados mini-diablitos que tenía la susodicha. Cuando logré estar en una posición más o menos cómoda, aceleró el paso.

"Agárrate fuerte", fue la instrucción que él me dio. Sin pensarlo abracé su cuello como si estuviéramos a punto de salir volando. Le clavé una o dos de mis uñas, pero eso no importaba, lo importante era que no muriéramos en la travesía. Después de tomar ritmo, me desinhibí un poco. Noté que hacía mucho tiempo no me subía a una bicicleta. Era una sensación agradable, de libertad. Sentir un mechón de cabello volar por un lado y otro por otro lado, el aire dando golpes a la cara, de esos que no duelen...

Recorrimos muchas calles, pasamos por los lugares más bonitos de la colonia sin bajarnos a visitarlos. La gente pasaba al lado de nosotros y los coches en algunas ocasiones, casi nos rozaban la piel. Por un momento me olvidé del cariño que le tenía a la bicicleta para admirar todo lo que alguna vez vi de pie o en coche. No es lo mismo.

De repente, la bicicleta tosió.

Cof, cof, salió un plástico de su llanta.
Cof, cof, la llanta trasera se empezaba a desinflar.
Cof, cof, la cadena se zafó.
Cof, cof, el manubrio se rompía más.
Cof, cof, cof, cof...

Con una maniobra de motociclista, nos bajamos. Sorpresa, seguíamos vivos, pero ella no. Estaba dando sus últimos alientos de vida. Pobrecita, la habíamos matado. Caminamos unas cuantas calles más. "No te preocupes, ya casi llegamos" dijo él, mientras llevaba a rastras a la bicicleta. Después de unos minutos de trayecto, paramos en lo que parecía ser un taller casero de bicicletas. Me alegré un poco, por fin nuestra bicicleta iba a recibir un tratamiento tipo "spa para bicicletas" que la iba a dejar no como nueva, pero al menos servible y bonita. Me imaginé que le iban a cambiar el manubrio, iban a inflar sus ruedas, la limpiarían bien y tal vez la maquillarían de un color brillante y coqueto.

-¿Cuánto crees que me den por ella?
-¿Qué? ¿Cómo? ¿La vas a vender?
-Pues claro, para eso la traje.
-Pero ¿por qué? ¿ya no la quieres?
-Pues no, ya está muy vieja y prácticamente inservible. Además ya no la uso.
-Yo pensé que sí, pues por algo paseamos en ella hoy.
-No, yo quería traerte en bici porque nunca te había llevado en bici. Pero ahora ya te traje, así que vamos a dejarla.

Triste final. Por un momento me pregunté si él me trataría igual cuando yo estuviera "vieja e inservible", si me iría a dejar con un desconocido para que se hiciera cargo de mí. Y así terminó el ciclo de vida de la bicicleta y probablemente, así terminaremos todos. El hombre que atendía el negocio nos recibió con sus manos sucias, valoró el producto y nos ofreció doscientos pesos. Los hombres hicieron el trato mientras yo bajita la mano me despedía de ella. Ya nadie me iba a saludar al llegar al departamento. Él se la entregó al intento de mecánico y éste la tomó y la acomodó con otras de su edad. Le sonreí por última vez y, como si ella supiera que nunca más nos volveríamos a ver, estaba colocada en la pose más dulce en que puede ponerse una bicicleta y con eso se despidió de mí.

- ¿No sientes feo?- le pregunté mientras nos alejábamos.
- Pues sí siento feo, la tengo desde que tenía dieciséis años pero, ¿qué puedo hacer? Necesito el dinero y la bicicleta no tanto.
- ¿Y para qué necesitas el dinero?
- Para comprarte de comer.

Y fue ahí donde vi las dos más grandes muestras de amor en el mismo hombre.


FIN.

7 comentarios:

  1. Excelente historia, chula. El final es tremendamente emotivo. Y me encanta el nuevo tema del blog, bonito y se lee muy bien.

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  2. Fantastico!! haces de la palabras una delicada y gran composicion que al leerlas sueltan la melodian que llevan dentro.

    Me atrapo la historia...

    saludos :)

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  3. Me encanta la forma tan amena de contar la historia!! ;)

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  4. Desde que comenzé a leer, me imaginé la historia, me fuí transportando junto con los personajes en cada escena escrita. El final me mató, sin duda, excelente.

    Los desprendimientos siempre duelen, siempre.

    Así sea una simple bicicleta.

    Saludos.

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  5. Linda Historia, y la redacción entendible.. :)

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  6. Es un final precioso, donde se demuestra el amor verdadero y el cariño por una persona, en general me gustan mucho tus entradas, pero esta me ha superado, es algo precioso... (L)

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