domingo, 5 de diciembre de 2010

Fragmentos


I

- Dime... ¿qué es el amor? ¿para ti qué es?

- Creo que no es algo que pueda definir. O sea, sé qué se siente y sé lo que se involucra, pero no puedo decir "amor es..."

- Sí, en realidad no puede ser descrito así... Pero, ¿qué es lo más cercano que puedes decir de lo que significa esa palabra?

- Mmm... Alguna vez me lo preguntaron y nunca supe que decir, hasta que la persona que me lo preguntó se fue, ahí supe qué era. No recuerdo bien, la verdad es que tiene años que no siento nada así. Tal vez, bueno, no sé...

- He estado estudiando mucho, el psicoanálisis, la Biblia, autores, locos, artistas... Lo que puedo decir hasta ahora es que el amor es lo más antiguo, lo metamórfico de donde surgen todos los sentimientos, es un poliedro con muchas caras; es el síntoma de la falta, porque somos peregrinos uno en busca del otro...

- Creo que lo dijiste todo muy bien.
...

XXI

-¿Sabes? me gusta escribir tu nombre, pronunciar tu nombre, me gusta escuchar tu nombre en mi voz, es como tenerte cerca de mí, romper la distancia, y eso es esplendido... Es como si pudieras escucharme... Pienso en tus ojos, construyo tu voz, luego tu sonrisa... me hace feliz pensar en ti...

- A mí me hace feliz pensar que estas ahí. Solo con recordar que esa noche fue encantador oírte... Es maravilloso.

- Esa noche no la olvido... a veces tengo tantas preguntas, cómo es tu calle, tu cielo, tu ventana, qué cenaste hoy, y tu ropa, tu cabello, qué escuchas, cómo te sientes... es nostálgica esa noche, es melancólica la distancia, pero tú eres esplendida, y yo te extraño, recuerdo y pienso en ti que estas allá pensando en mí, y hay algo precioso en esa coincidencia de pensarnos en esta distancia... Estoy enamorado de ti... no dudo... quiero una historia contigo, más que esta... lo sé... y tú allá, y yo iré... Y que tengo estas ganas de abrazarte y solo mirarte, y que empieces a pronunciar cualquier palabra y la vea tan esperada como una de esas estrellas que a veces aparecen en en cielo... y así...

-A eso me refiero cuando digo que me fascinas, y con tus letras me enamoras y todo se queda tan grabado en mí...

-... y sin embargo siento que lo más importante que siento por ti, por este -nosotros-, no lo puedo verbalizar, quizá cuando vaya y veas como te miro como cuando veo alguna fotografía tuya o pienso en ti sepas de qué es esto que no puedo convertir en palabras... y si te amo... lo sabrás, y quizá si te das cuenta me lo digas... A mi mirada le hace falta la tuya... exactamente... a mi mirada le faltan tus ojos para saber...

- Siempre odié el romanticismo, pero cuando lo describes tú, me encanta.

- Me estoy preparando para ir, para dejar todo en orden aquí, para que cuando esté contigo nada me moleste, que sea la ciudad, tú y yo y ese lugar en donde dices que es una sorpresa a donde me llevarás a conocer...

lunes, 8 de noviembre de 2010

Bicicleta

La teníamos arrinconada en un cuarto del departamento donde vivíamos, casi como abandonada. Recargaba su peso en el muro. Una bicicleta grande y vieja, oxidada y despintada. Se le notaban las canas, le faltaban dientes a su cadena. Tal vez si no hubiese tenido cinta de aislar en su manubrio roto, se hubiera visto mejor. Sus ruedas adornadas con plásticos de colores estaban desinfladas y tristes. Se le veía cansada.

No tenía yo mucho tiempo de conocerla, si acaso cuatro meses o un poco menos, pero le tenía mucho cariño. Nunca la había montado, no era mía y a decir verdad era un estorbo por la ubicación en la que se encontraba. Al abrir la puerta del departamento lo primero que miraba era la bicicleta. Ella me daba el saludo de bienvenida y me despedía cada vez que cerraba la puerta tras de mí. Me hacía compañía cuando él no estaba. La movía siempre con cuidado, cuando se caía la levantaba como si fuera tan delicada como un jarrón de cristal. Adornaba esa habitación, deslumbraba ya que era el único objeto inerte dentro de ese cuarto, además de una mesa pequeña y tres sillas de jardín. La bicicleta promovía la esperanza de que algún día en ese cuarto estaría acompañada de unos sillones, un librero, una televisión y hasta de un comedor formal. O podía irle mejor y tener algún día su cuarto independiente donde pudiera convivir con otros objetos de su edad. Sin duda se sentiría más a gusto.

Un día, él llegó y dijo: "Hoy voy a darte un paseo en bicicleta".

Dudé por un instante. La bicicleta se veía tan en desuso que temía por mi vida. Estaba segura de que si nos subíamos los dos, la pobrecita se iba romper. No, no, no y no. No me iba a subir, Qué miedo, que desconsideración de su parte... Y al final, acepté. No podía decirle que no a ese par de ojos.

Él le pasó un trapo viejo, casi de la edad de ella, por todo su cuadro, por el manubrio y el asiento. Sin duda se notaba la diferencia, ahora que la veía desempolvada. Juntos la cargamos y la llevamos abajo, como si fuera una mujer recién casada. Pusimos sus llantas en el frío concreto y él la puso a andar, tomándola firmemente del manubrio con sus manos, dirigiéndola hacia la salida y a la vez calentando sus pasos para que estuviera lista para llevarnos.

Salimos y él se subió sin comprender la fragilidad del asunto. Me invitó a subirme detrás de él, como su copiloto en los feos y desgastados mini-diablitos que tenía la susodicha. Cuando logré estar en una posición más o menos cómoda, aceleró el paso.

"Agárrate fuerte", fue la instrucción que él me dio. Sin pensarlo abracé su cuello como si estuviéramos a punto de salir volando. Le clavé una o dos de mis uñas, pero eso no importaba, lo importante era que no muriéramos en la travesía. Después de tomar ritmo, me desinhibí un poco. Noté que hacía mucho tiempo no me subía a una bicicleta. Era una sensación agradable, de libertad. Sentir un mechón de cabello volar por un lado y otro por otro lado, el aire dando golpes a la cara, de esos que no duelen...

Recorrimos muchas calles, pasamos por los lugares más bonitos de la colonia sin bajarnos a visitarlos. La gente pasaba al lado de nosotros y los coches en algunas ocasiones, casi nos rozaban la piel. Por un momento me olvidé del cariño que le tenía a la bicicleta para admirar todo lo que alguna vez vi de pie o en coche. No es lo mismo.

De repente, la bicicleta tosió.

Cof, cof, salió un plástico de su llanta.
Cof, cof, la llanta trasera se empezaba a desinflar.
Cof, cof, la cadena se zafó.
Cof, cof, el manubrio se rompía más.
Cof, cof, cof, cof...

Con una maniobra de motociclista, nos bajamos. Sorpresa, seguíamos vivos, pero ella no. Estaba dando sus últimos alientos de vida. Pobrecita, la habíamos matado. Caminamos unas cuantas calles más. "No te preocupes, ya casi llegamos" dijo él, mientras llevaba a rastras a la bicicleta. Después de unos minutos de trayecto, paramos en lo que parecía ser un taller casero de bicicletas. Me alegré un poco, por fin nuestra bicicleta iba a recibir un tratamiento tipo "spa para bicicletas" que la iba a dejar no como nueva, pero al menos servible y bonita. Me imaginé que le iban a cambiar el manubrio, iban a inflar sus ruedas, la limpiarían bien y tal vez la maquillarían de un color brillante y coqueto.

-¿Cuánto crees que me den por ella?
-¿Qué? ¿Cómo? ¿La vas a vender?
-Pues claro, para eso la traje.
-Pero ¿por qué? ¿ya no la quieres?
-Pues no, ya está muy vieja y prácticamente inservible. Además ya no la uso.
-Yo pensé que sí, pues por algo paseamos en ella hoy.
-No, yo quería traerte en bici porque nunca te había llevado en bici. Pero ahora ya te traje, así que vamos a dejarla.

Triste final. Por un momento me pregunté si él me trataría igual cuando yo estuviera "vieja e inservible", si me iría a dejar con un desconocido para que se hiciera cargo de mí. Y así terminó el ciclo de vida de la bicicleta y probablemente, así terminaremos todos. El hombre que atendía el negocio nos recibió con sus manos sucias, valoró el producto y nos ofreció doscientos pesos. Los hombres hicieron el trato mientras yo bajita la mano me despedía de ella. Ya nadie me iba a saludar al llegar al departamento. Él se la entregó al intento de mecánico y éste la tomó y la acomodó con otras de su edad. Le sonreí por última vez y, como si ella supiera que nunca más nos volveríamos a ver, estaba colocada en la pose más dulce en que puede ponerse una bicicleta y con eso se despidió de mí.

- ¿No sientes feo?- le pregunté mientras nos alejábamos.
- Pues sí siento feo, la tengo desde que tenía dieciséis años pero, ¿qué puedo hacer? Necesito el dinero y la bicicleta no tanto.
- ¿Y para qué necesitas el dinero?
- Para comprarte de comer.

Y fue ahí donde vi las dos más grandes muestras de amor en el mismo hombre.


FIN.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Noche


Esta noche te extraño, te necesito sin siquiera haberte tenido.
Siento que te conozco desde siempre aunque jamás nos hemos visto.
Te siento tan cerca, aunque sé que estas tan lejos.

Mis letras parece que nos acercan mientras tus paréntesis parece que me susurran.
No encuentro una distancia que nos separe; y aunque el mapa marque las fronteras pareciera que la única que nos detiene es la del miedo a querer estar por siempre juntos.

Una noche me basta para demostrarte lo mucho que te anhelo aquí.

Dos noches son suficientes para decirte todas las palabras que tengo pensadas para ti.

Tres noches son el límite para enseñarte todas las constelaciones que puse a tu nombre.

Cuatro noches me sirven para demostrarte lo mucho que te he estado esperando.

Cinco noches son las necesarias para recordarte durante las próximas noches de toda mi vida.

Y así, noche tras noche puedo crear nuevas formas de mostrarte cuánto te quiero y cuánto deseo que estés aquí conmigo.

P.D: Por favor, existe...


martes, 26 de octubre de 2010

Se busca:

En algún momento de la vida fantaseamos con nuestra persona ideal, con nuestra media naranja, nuestro compañero de vida, nuestro hombro para llorar, nuestro co-estrella en esta novela a la que llamamos vida.

Cansada de besar sapos que se transforman en lobos, he decidido escribir mi carta a Cupido, a ver si ahora sí me cumple.

Lo que yo quiero, es a un hombre:

-A quien pueda dedicarle mis desvelos.
-Impredecible.
-Con una sonrisa cálida.
-Espontáneo.
-Dramático.
-Que su sexto sentido sea del humor.
-Apasionado.
-Extrovertido, pero no tanto como para mostrarme su timidez.
-Inexperto de la vida.
-Impulsivo.
-Romántico.
-Creativo.
-Detallista.
-Que abra la puerta y jale la silla.
-Que pueda pasar un día entero con él encerrada en un cuarto y disfrutarlo.
-Que convierta los instantes en momentos Kodak.
-Que sus silencios sean cómodos.
-Poeta y loco.
-Que me sofoque bajo las sábanas.
-Talentoso.
-Que guste de leer.
-Que me saque a bailar aunque yo no sepa bailar.
-Que me enseñe a bailar.
-Con manos de pianista y corazón delator.
-Que comparta una mirada conmigo antes de ir a dormir.
-Que brinque en los charcos dejados por la lluvia en las calles.
-Que me abraze fuerte cada vez que me equivoque.
-Que me dedique todos sus suspiros.
-Que se ría conmigo, de mí y de los dos.
-Que no me baje las estrellas, sino que me lleve a ellas.
-Que no me regale la luna, que la contemplemos juntos.
-Que lo único que necesitemos sea amor.
-Que ame mis defectos y cuestione mis virtudes.
-Que me calle con un beso.
-Que comparta sus miedos.
-Que construya sus sueños en la cama.
-Que no quiera vivir eternamente.
-Que ponga mis pies en la tierra.
-Que cante conmigo.
-Que no piense en mí, sino en nosotros.
-Que piense en presente y no en futuro.
-Que sea héroe sin capa.
-Que su papel sean los vidrios empañados y su pluma sean sus dedos.
-Que me arranque suspiros mientras me desgarra la ropa.
-Que me aloje en sus ojos.
-Con brazos fuertes para que me sostenga cuando esté a punto de caer.
-Que se exprese más allá de las palabras.
-Que no use reloj.
-Que aprenda del pasado, pero que no viva de él.
-Que prepare el café desmañanado.
-Con quien escuchar música en la oscuridad.
-Que tome mi mano debajo de la mesa.
-Que desanude mi garganta.
-Que pare el mundo para que me pueda bajar a ratos.
-Que pueda admirar mientras duerme.
-Que coma nuez.
-Que beba vino.
-Que sea realista para que controle mis fantasías.
-Que enfrente retos.
-Que no tenga miedo de llorar.
-Que me despierte con un beso.
-Que me haga estremecer.
-Que sepa usar el punto y coma.
-Que me enseñe a usar el punto y coma.
-Que se sienta cómodo con las luces encendidas.
-Que me haga sentir viva.
-Que guíe mis pasos a través de los suyos.
-Que no cuente los días.
-Que grite cosas al viento.
-Que tenga una lista de cosas por no hacer.
-Que maneje las emociones fuertes y las débiles.
-Que sea imperfecto.

Que pueda escuchar esta canción y entienda que es para él. Donde sea que estés, te estoy buscando:


jueves, 30 de septiembre de 2010

Su primera vez


Y ahí estaba ella, ansiosa, esperándolo. Sus largos cabellos rodaban por sus hombros, terminando en pequeños rulos color azabache. Tenía las manos frías aunque el clima no era muy frio. Se preguntaba qué sería lo que pasaría.

Esa tarde se había preparado como nunca, él le pidió que viniera hermosa, que se pusiera ese labial rojo que por meses había saboreado, que fuera sola y preparada porque sería su primera vez.

Ella había practicado frente al espejo sus palabras, se había puesto serena y trataba de imaginar cómo es que sucedería todo: una charla breve, un abrazo, un beso, una caricia invitándola a conocer un mundo nuevo, un trayecto corto hasta el sitio, sin duda tomaría fuerte su mano y ahí empezaría el climax.

Se levantó. De solo pensar en eso se estremeció, no pudo contenerse y agito un poco las manos, desesperada, ansiosa, impaciente. Quería verlo.

Habían pasado de las seis de la tarde, ella llegó antes, siempre llegaba antes. Ya llevaban siete meses saliendo, era momento de dar un gran paso, algo que marcara su relación, algo que jamás olvidarían.

Había pasado media hora de retraso cuando él llego, tan tarde como siempre. Llevaba su típica gabardina oscura y su paragüas previniendo la tormenta que se aproximaba. Se veía tan bien, tan misterioso.

Ella lo miró de lejos y le hizo un gesto con la mano. Sentía como el tiempo transcurria lento y todo el valor del que se había armado se le escurría por los dedos. Estaba pensando qué sería lo primero que diría o lo primero que haría. ¿Lo besaría? ¿Lo saludaría? ¿Lo apresuraría? ¿Tomaría su mano? ¿Lo invitaría a sentarse?

Él iba a paso lento, pero firme. Con una mano sostenía el paragüas mientras ocultaba la otra dentro de uno de los bolsillos de la gabardina. Cuando ella le hizo la seña, él movió la cabeza como reconociendola. En su cabeza pasaba solo un pensamiento. Él ya era todo uno experto, no tenía de qué preocuparse. Lo había hecho tantas veces que no sentía ni pizca de nervios. Estaba listo.

Punto de reunión. Treinta y cinco minutos después de la hora acordada. Él se disculpó, tenía un asunto pendiente. Ella no le dio importancia y lo abrazó. Él sintió cómo temblaba debajo de su brazo a pesar del abrigo tan acogedor que llevaba puesto. Ella se separó y lo miró a los ojos, indicando que estaba lista. Él entendió su mirada y dijo:

-Terminamos

Una tormenta de sentimientos la invadió. Ella estaba confusa, perturbada, triste, desesperada. No entendía. Él le había dicho que sería su primera vez. Ella se puso su mejor ropa, su mejor lencería, se preparo mentalmente, lo imaginó todo, se ilusionó. ¿Él había roto su promesa?

No. Era la primera vez que a ella le rompían el corazón. Él lo sabía porque había sido su primer novio. Él ya era un experto, un hombre de veintisiete años, ella una niña de veintiuno. Él también se había preparado: la había citado en el lugar típico donde terminaba sus relaciones, se había puesto la misma ropa que usaba cuando enterraba ilusiones, había llegado tarde como todas las veces que había dejado a una mujer con el corazón roto, habían pasado los mismos siete meses que en todas sus breves relaciones, le había pedido a su pareja que se viera atractiva como les había pedido a sus anteriores parejas para disimular su tristeza, había escogido un día lluvioso como en todas sus rupturas para que las lágrimas de ellas se confundieran con las del cielo.

Ella lo miró, no pudo pronunciar ni una sola palabra antes de que él acelerara el paso. La lluvia comenzó a caer mientras ella lloraba y se mojaba. Lo vio partir y con él sus fantasías.

Él se iba tan normal como había llegado. Había cumplido su cometido. Él se encargaba de las primeras cicatrices en los corazones de las mujeres. Era su oficio, su vicio, su placer.

Ella quería sexo, él quería dolor. Ella quería placer, él quería lágrimas.

Mientras se marchaba sacó una hoja de su gabardina y anotó el nombre de ella junto con una palomilla. Tenía ya catorce mujeres en su lista, todas vírgenes de rupturas. Mientras caminaba, buscaba con la mirada a su próxima víctima.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Sabina


Esta tarde me la pasé oyendo a Sabina y recorde que no recordaba nada.

Hace poco más de un año conocí a alguien que interpretaba sus canciones a viva voz por los andares de Coyoacán. Recuerdo que en ese entonces yo no sabía quién demonios era Sabina y mucho menos sabía sus canciones.

Hubo una noche en que me pidió que cantara con él y yo tarareaba la letra fingiendo que me sabía la canción completa mientras él tocaba las notas en una guitarra acústica y se burlaba dulcemente de mi torpeza. Él puso la melodía y juntos bailamos o más bien, fingimos que sabíamos bailar. Esa noche dormirmos juntos en el sofa, abrazados.

Al día siguiente, nada. No recuerdo.

Paso exactamente un año en que no escuche más la canción, hasta que me trepe en un taxi camino a casa y la escuche. Reviví y llore. Era como si el destino supiera que hace un año bailamos abrazados.

Y aunque Sabina tenga los dientes amarillos y una voz rasposa de hombre adicto al cigarro, mis nostalgias siguen armonizándose con su guitarra y sus letras.

¿Quieren saber qué canción es? Es esa que dice: "Amores que matan nunca mueren".

Pero ¿saben?, sí, sí mueren...

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Hombres

Los hombres, buenos para nada, necesarios para mucho. Esos que no dan amor, pero lo hacen. Esos que te elevan al cielo del mismo modo en que te mandan al diablo.

Hombres, hombres, hombres... Hace meses que no pienso en hombres, hace meses que no necesito a uno, hace meses que no tengo a uno. Hoy pensé sobre mi vida, sobre mis compañías y sobre el amor. Ví lo más hermoso de un Miércoles a las 6:30 am: Una mujer llorando. ¿Por qué? No sé... Lloraba en silencio, apretaba sus manos, miraba fijo, sin parpadear... A su lado su pañuelo, su consuelo, su amor. Un hombre abrazándola, sin decir nada, secando sus lágrimas, tomando sus manos, cubriéndola del frío. Ambos en silencio no veían pasar al mundo que giraba en torno a ellos. Eran su mutuo mundo.

Me quedé pensando en los hombres y me di cuenta que hace tiempo no tengo uno que me de una estúpida razón para vivir y morir. Alguna vez tuve uno, maravilloso, espléndido, magnífico, cobarde. Me dejo y mi corazón dejo sin dueño. Vagué buscando un habitante. Me ponía letreros de "Se renta espacio acogedor". Anuncios clasificados para darme cuenta de que los hombres son hijoputas a los cuales les das un espacio habitable y lo dejan echo una mierda. Muchos lo rompieron, muchos lo garabatearon con tinta indeleble, otros más lo destrozaron y muchos lo desordenaron. Putos.

Pinches hombres, desgraciados, malditos, exquisitos... Yo aferrada porque me quisieran y ellos siendo actores nominados al Oscar. Decidí hace tiempo que no me importan más, que no necesito amor aunque lo digan los Beatles, que me evito problemas y me ahorro tiempo, que sano el corazón y lo preparo para un huesped digno de él. Mi convicción fue esa hasta hoy. Ya no sé en qué creer, ya no sé qué decidir, ya no sé qué quiero, ya no sé qué hacer...

Nadie me quiere y a nadie quiero, nadie me ama y a nadie amo. ¿Seré una candidata a solterona? Tál vez. No sé, no quiero... y a la vez quiero. Quise al hombre de mi vida, al de mis sueños, mi media naranja, mi wiwicho, mi amor platónico, mi manzana de la discordia, mi peor es nada, mi principe azúl, mi sapo verde, mi caballero de la armadura oxidada, mi Quijote de la Mancha, mi Shakespeare, mi Marqués de Sade, mi Benedetti, mi dolor de muela, mi corazón cobarde, mi ángel de la guarda, mi cantante favorito, mi ídolo, mi latir de corazón... El que secaba mis lágrimas, el que se volvió mi eco, por quien mis ojos apagados brillan hoy por su ausencia, el que me prometió estar conmigo hasta la muerte y encontrarnos en la otra vida, el que no me bajó las estrellas sino que me llevó a ellas, el que me tatuó su nombre con besos en mi cuello, el que lloró conmigo y comprendió mi dolor, al que despedí sin dejarlo ir.

A veces se piensa que después del amor no hay más amor. Que solo hay un amor en la vida. ¿Será? Espero que no. Tengo mucho amor para dar y nadie a quién dárselo, por eso hoy escuchando una cursi melodía estoy aquí, escribiendo esta entrada en vez de preguntarme por mi mala suerte, de tirarme al suelo a llorar o de salir a buscar a quien esté pensando en mí.

Solo sé una cosa: Me cansé de buscar amor y de buscar a un hombre. He decidido que ellos vengan y me encuentren a mí.


miércoles, 18 de agosto de 2010

Miérdoles...

Miércoles, o mejor dicho "Miérdoles", el peor de mi vida o el más feo que recuerdo me haya pasado este año...

Una razón estúpida y culpa mia, pero aún así fue un fiasco, como dicen los italianos. Comprendí por fin la frase "Lo que empieza mal termina peor". Ay les va:

Me levanté 30 minutos tarde para irme a la escuela (mea culpa, mea culpa). Me subí al bus y lo único que pensaba era "¡Ya valí madre! ¡Ya valí madre!". En realidad no me importaba, no tenía ni las mínimas ganas de ver a mi profe "Juan Gabriel región 4" y es que su clase es taaaaaaaan interesante que todos terminamos cerrando los ojos para meditar sobre las tonterías que dice en 3 horas de nuestro (no) valioso tiempo. En realidad solo iba por "deber moral" por "hacer mi luchita" y decir "lo intenté, fue culpa del tráfico".

Llegué con 40 minutos de retraso y no recordaba si el estimado Juan Gabriel nos había permitido entrar tarde a su clase, pero no lo quise averiguar. Entre la flojera, el no me importa, el ni modo, el es la segunda semana de clases, me decidí a no entrar y perderme un rato. Ya estaba ahí y yo era a la única a la que se le había dormido el gallo, así que me quede en la cafetería fumándome un cigarrito y pensando en una excusa para que el (no) estimado profe me justificara la clase la próxima semana.

Pensaba irme al cine, pero iba toda fachosa (producto de haberme salido corriendo de casa) y además eso de ir al cine sola es taaaaan deprimente... De repente me acorde que mi hermana me había recomendado un libro: "La Tumba", de José Agustín y lo traía en mi bolsa, junto con mis miles de cachibaches. Me dispuse a leerlo, así que encendí un cigarrito y abrí la primera página. No les diré de que trata el libro porque es demasiado bueno como para echárselos a perder y los que ya lo han leido sepan que me enamoré completamente y es altamente recomendable si no eres un santurrón de aquellos. Y ahí estaba yo, fumando y leyendo, fumando y leyendo, hasta que un tipo de esos que estan remodelando la facultad se me acerca con su gordita y me dice "¿Me puedo sentar contigo?". Sin mucha importancia le dije se sentara y se callara porque no me dejaba leer en paz. Yo seguía y el tipo me miraba, hasta que le levanté los ojos y me dice "No puedo comer si estas fumando". ¡Vale madre! ¡Era mi pinche mesa! Eso me pasa por pinche cortés... Me dispuse a marcharme porque no tenía ganas de ponerme a pelear con un goey que se disponía a tragar y a mirarme feo en cada bocado, además no estaba ocupando la mesa y no estaba de humor para ponerme a pelear con un don nadie. Me largue pues y todavía retumbaba en mi cabeza la historia de Gabriel (el personaje principal) y su muy parecido a la realidad con un amigo.

Salí asqueada de la escuela, producto del libro, producto del ocio, producto de no haber hecho casi nada, no sé, pero estaba harta de la escuela, de la gente, de la pinche cortesía y de las pinches gorditas de chicharrón. Por primera vez en mis 14 años de estudiante me dieron ganas de gritar "¡Estoy hasta la madre!" pero en una facultad llena de psicólogos no esta bien que te cataloguen de loca (bueno, de más loca). Estaba con ganas de no saber nada de nadie ni de nada, de hundirme hurañamente en mi mundo y mirar feo a cualquiera que se me pusiera enfrente, de llegar a mi casa a dormirme y despertar hasta la noche o algo así. Me monté pues en el famoso "Pumabus" y para mi mala suerte, malísima suerte una parejita de snobs se sentaron al lado mío, hablando fluídamente de los libros escritos por Stephenie Meyer, esos del vampirito gay con brillantina Mi Alegría... ¡Y con lo mucho que odio al vampirito gay!

Hablaban de todos los libros, y aunque según ellos "les cagaba" se sabían toda la biografía de los personajes y no solo eso, sino también de los actorsuchos de mierda que se dedican a protagonizar semejante pendejada. Decidí mejor poner mi mp3 a todo volumen, valiéndome que de los audífonos saliera el sonido y los interrumpiera en su "candente charla de literatura". Ahogué sus palabras al ritmo de "Babies" de Pulp. Llegamos a la estación del metro Universidad y salí corriendo, como alejandome de los snobs. Estaba segura de que si me los topaba de nuevo estrellaría sus mutuas cabezas en una técnica ninja hasta dejarlos bien noqueados y le haría un favor a la sociedad callando sus bocas y sus melodramas por Edward Cullen.

Cruzé las escaleras y las muy desgraciadas terminaban en un charco sin forma de esquivar y yo, con mis zapatos de "voy caminando y se me salen" me moje todita. Entre maldiciones y recordándole a la vida que es una puta, esperé al camion... una hora. ¡Una hora! ¡Carajo! ¡Que pinche día de mierda! Ni la voz de Regina Spektor me ayudaba a calmar la desesperación y dejar de cagarme en este dia... Por fin, me subí al camión y me dispuse a leer las 3 primeras páginas del libro para seguir con el encanto del señor Agustín (aunque ya me había leido todo en mis 3 horas de ocio), pero no pude porque al tipo que se paró junto a mi asiento se le ocurrió casi casi echarme sus bolsas directito de la central de abastos encima, como si nos conocieramos de toda la vida. Entre mi jeta de "putos todos" y acomodándome para echarme una siestecita, puse a Pulp de nuevo y me quedé dormida.

Lo demás ya no fue tan mierda, pero aun así deberían cambiar el Miércoles por "Miérdoles" ¿O a ustedes les gustan las mitades de semana?

Para mi consuelo, me informaron que Juan Gabriel región 4 no hizo nada importante más que dormir a todos. Debí sospechar que desde que me puse el zapato y no me calzaba bien (por alguna extraña razón) todo se iba a ir al caño. Desde ahora confiaré en mi sentido común.


PD: Como me alegró el momento y me gusta, la escogí como soundtrack del libro (Aunque no tenga nada que ver). ¡Gózenla!


viernes, 13 de agosto de 2010

Torturas en puño y letra

Hay palabras que no deberían ser escritas, ni siquiera deberían ser pronunciadas, mucho menos deberían ser entregadas y pobre de aquél que se atreva a evaluarlas...

Efectivamente, hablo de las tareas. Esas torturas que debes escrirbir para ver qué tan bien o qué tan mal andas en hacer las cosas que se te piden. Y es que después de tres meses de flojear a gusto, se siente feo que te avienten a un mar de papeleo, de preguntas, de lecturas interminables, de marcatextos, de fechas límite, de explicaciones que más que explicar te confunden más, de amenazas como "Y cuidadito si no lo hacen bien", de presiones, de líneas de investigación y de muchas muchas cosas más.

Uno como estudiante siempre se imagina en el rol de maestro, pensando que si alguna vez nos toca impartir lo que sabemos, vamos a ser los maestros buena onda, los que no dejan nada pesado y los que más que maestros vamos a ser amigos de los estudiantes; como los hijos en el rol del papá al decir "Yo a mis hijos no los voy a regañar". O tomamos la otra dirección, jurando por la pasta de nuestras futuras Tesis que si nos toca enseñar, vamos a ser bien malditos, por mera venganza. Por mi parte preferiría ser del primer rango si alguna vez me tocara enseñar, dejar deberes digamos, moderados y entendibles. Esta bien que una tarea te forme el caracter, las responasbilidades, el empeño, el esfuerzo, etc., pero no se necesita torturar a un grupo de individuos para forjar estas características.

Claro, amo mi carrera y todo ese rollo cursi que uno siente cuando por fin se va a dedicar a lo que (en teoria) le gusta de tiempo completo después de pasar por una secundaria y una prepa donde dices "esto no me gusta, odio esto, amo esto, esto quiero, eso no es para mí". Y eso ya es un estímulo para hacer las cosas bien, para echarle ganas y para entrar de lleno a las profudidades de lo que será nuestra profesión y nuestro sustento hasta que la muerte nos alcance o hasta que nos rescate un ricachon que quiera compartir su fortuna con nosotros solo por hacerle compañia, como en las películas Tontobudenses. Todo perfecto... pero ¿tarea? ¿por qué?

Tarea para aprender, para reforzar, para conocer, para entender, para indagar, para sustentar, para experimentar, para impartir, para aclarar, para crecer... pero también para torturar, para dormir, para cansar, (en ocasiones) para hartar, para sufrir, para desvelarse, para enclaustrujarse en una biblioteca un fin de semana, para perder vida social (si la hay)...

Es como un arma de dos filos. Yo por lo tanto, empiezo mi primera semana con flojera, con mares de deberes estudiantiles, con libros por leer, con entrevistas que hacer, con reportes que redactar, con prácticas que elaborar, con un sueño que parecen dos, con desvelos y con compañía nocturna de una taza de café.

Viernes por la noche... Escribo esta entrada en vez de dedicarme a mis deberes. ¿Mi pretexto? Es Viernes, estoy cansada y sin ganas de saber nada de la escuela. ¿Mi presión? El Sábado y el Domingo se van volando, más cuando tienes compromisos esos días. Esto es algo así como un cronómetro: Al momento de inciarlo, no debe parar y hacer todo dentro del tiempo establecido o terminas jodido.

¿Mi consuelo? No tengo cronómetro.

Espero acostumbrarme pronto a esta nueva vida universitaria o tener suficiente dinero para saturarme de café y cigarros antes de caer en la desesperación y echar todo abajo.

Lo bueno de estudiar psicología es que mientras aprendes de las teorías y de los demás, al mismo tiempo aprendes de ti mismo y quieras o no, encuentras tácticas para decir "esto tengo yo, así se controla y así se soluciona". Solo espero no terminar siendo paciente en vez de licenciada, producto del estrés.

Si por mí fuera organizaría una quema a final de semestre de todo lo que alguna vez nos torturo, tipo "Beatles más famosos que Jesús", pero eso de quemar cosas es taaaaan de los 60's...

Quién sabe... A lo mejor me dejo llevar por el mar friki, como los demás o termino aqui, tirando mis penas a quien las quiera leer y dandoles un dolor de cabeza a unos cuantos. El tiempo lo dirá. Y cuando lo diga, que hable ahora o calle para siempre y yo con él.

viernes, 6 de agosto de 2010

¡Mi reino por un cigarro!

Desde cuando tengo unas ganas, tremendas ganas de fumar... Y es que en casa esta prohibido todo ese rollo de la mala vida, del alcohol, las drogas (refiriendome al tabaco) y el Rock & Roll.

A veces me siento así como en una familia inglesa a la antigua, donde nadie puede decir libremente lo que quiere sin desatar una discusión, donde se finge que todo esta bien aunque a veces nos este llevando el carajo y donde lo único que compartimos es la hora del té (que es más bien hora de café).

A veces me dan ganas de fumar, luego recuerdo que no me gusta fumar sola. Soy de esas que les gusta echar chisme mientras tabaquean o que tienen copa en mano y un cigarro en la otra en una reunión. Las únicas veces que me dispongo a hacerlo sola es cuando es tiempo de reflexiones y una se pone nostalgica... O bajo la lluvia torrencial, aunque haya límite de tiempo para inhalar el amado cigarro antes de que se haga un palito húmedo de nicotina.

Mi hermana a veces me acompaña en nuestro vicio secreto. Es como si nos estuvieramos escondiendo de la Gestapo. Ahora que esta a punto de iniciar un nuevo ciclo escolar, con nuevos compañeros espero encontrar a mi alma gemela, mi alma viciosa que tenga el gusto de decirme "¡Goey! saca los cigarros" y no que me mire feo diciendome "¿Fumas?".

No me considero viciosa, solo me considero fan del cigarro. Pueden quitarme todo, menos un cigarro de la mano. Y es que es tan bonito ahogar tus penas en cortinas de humo, sacar el estrés con cada bocanada, olvidarte por un momento de tu alrededor para contemplar como se ilumina la futura ceniza antes de botarla al suelo con un golpeteo de dedos, como luchas por no llegar a ese saborcito feo del filtro para no arruinar el mal sabor de la fumada...

Yo no sé, pero no moriré sin antes aprender a hacer circulitos con el humo. Y así como se titula esta entrada, daría mi reino por un cigarro. Lamentablemente no tengo reino ni cigarro ni nada, solo las ganas y ansias de salir al mundo real para continuar siendo un puntito negro entre tantos fumadores pasivos...

¡Carajo! ¿Por qué son tan sanos?


P.D: Otro de mis propósitos es tomarme una foto así:


Sépanlo.