Siempre he querido ser normal, pero no puedo. Tengo esa vida trágica que vende libros, pero que nadie quiere vivir, que la miran de lejos y dicen "mira, cómo ha crecido". Que me echan suspiros y me admiran por algo que no deberían de admirarme. Que piensan que pobre de mí, que soy frágil, pero no lo demuestro.
Y es que en realidad la normalidad no es algo mío. No me gusta ser quien soy, pero si no fuera yo, tampoco sabría quién quiero ser. Y he llorado tanto, pero también me he reído. Y he crecido escuchando cosas y tapándome los ojos para que no me duela lo que no quiero ver.
Y cuando me caigo, siempre me levanto, aunque me tambaleo al principio, sigo con paso firme y tratando de no ensuciarme más la ropa de lágrimas y lodo. Y me acomodo los zapatos y me sacudo el cabello por si me han caído ramitas. Y camino casi siempre sin mirar a nadie, miro al suelo para ir más rápido y sin tratar de pensar demasiado en lo que pueda pasar al doblar la esquina o al cruzar ése semáforo en rojo.
A veces me meto las manos a los bolsillos y las aprieto, rogando que nadie me mire y me diga que soy frágil, que pobre de mí. Blablabla, como si 'lástima' fuera mi apodo. Pero no, ni yo me tengo lástima, y es que a veces me duelo, pero me duelen más las cosas que me han sucedido sin que tuvieran que sucederme todavía.
Y como siempre, yo me busco mis problemas y yo soy quien debe arreglarlos, pero cuando los arreglan por mí me molesta, porque ¿qué hago, sino conformarme? Y si los arreglan mal, es peor, sentirse inútil mirando nada más como le llevan flores al fracaso que te correspondía a ti rescatar.
Y siempre mis grandes problemas huelen bien y por lo general tienen una bonita sonrisa. Y aunque sé que será un problema, saludo al extraño problema y me le acerco y le sonrío, sabiendo que pronto me voy a hundir.
Nunca nadie nos enseña como debemos ser. Aprender a ser tú es de lo más difícil. No mires hacia abajo, te puedes perder de cosas muy grandes.
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