miércoles, 18 de agosto de 2010

Miérdoles...

Miércoles, o mejor dicho "Miérdoles", el peor de mi vida o el más feo que recuerdo me haya pasado este año...

Una razón estúpida y culpa mia, pero aún así fue un fiasco, como dicen los italianos. Comprendí por fin la frase "Lo que empieza mal termina peor". Ay les va:

Me levanté 30 minutos tarde para irme a la escuela (mea culpa, mea culpa). Me subí al bus y lo único que pensaba era "¡Ya valí madre! ¡Ya valí madre!". En realidad no me importaba, no tenía ni las mínimas ganas de ver a mi profe "Juan Gabriel región 4" y es que su clase es taaaaaaaan interesante que todos terminamos cerrando los ojos para meditar sobre las tonterías que dice en 3 horas de nuestro (no) valioso tiempo. En realidad solo iba por "deber moral" por "hacer mi luchita" y decir "lo intenté, fue culpa del tráfico".

Llegué con 40 minutos de retraso y no recordaba si el estimado Juan Gabriel nos había permitido entrar tarde a su clase, pero no lo quise averiguar. Entre la flojera, el no me importa, el ni modo, el es la segunda semana de clases, me decidí a no entrar y perderme un rato. Ya estaba ahí y yo era a la única a la que se le había dormido el gallo, así que me quede en la cafetería fumándome un cigarrito y pensando en una excusa para que el (no) estimado profe me justificara la clase la próxima semana.

Pensaba irme al cine, pero iba toda fachosa (producto de haberme salido corriendo de casa) y además eso de ir al cine sola es taaaaan deprimente... De repente me acorde que mi hermana me había recomendado un libro: "La Tumba", de José Agustín y lo traía en mi bolsa, junto con mis miles de cachibaches. Me dispuse a leerlo, así que encendí un cigarrito y abrí la primera página. No les diré de que trata el libro porque es demasiado bueno como para echárselos a perder y los que ya lo han leido sepan que me enamoré completamente y es altamente recomendable si no eres un santurrón de aquellos. Y ahí estaba yo, fumando y leyendo, fumando y leyendo, hasta que un tipo de esos que estan remodelando la facultad se me acerca con su gordita y me dice "¿Me puedo sentar contigo?". Sin mucha importancia le dije se sentara y se callara porque no me dejaba leer en paz. Yo seguía y el tipo me miraba, hasta que le levanté los ojos y me dice "No puedo comer si estas fumando". ¡Vale madre! ¡Era mi pinche mesa! Eso me pasa por pinche cortés... Me dispuse a marcharme porque no tenía ganas de ponerme a pelear con un goey que se disponía a tragar y a mirarme feo en cada bocado, además no estaba ocupando la mesa y no estaba de humor para ponerme a pelear con un don nadie. Me largue pues y todavía retumbaba en mi cabeza la historia de Gabriel (el personaje principal) y su muy parecido a la realidad con un amigo.

Salí asqueada de la escuela, producto del libro, producto del ocio, producto de no haber hecho casi nada, no sé, pero estaba harta de la escuela, de la gente, de la pinche cortesía y de las pinches gorditas de chicharrón. Por primera vez en mis 14 años de estudiante me dieron ganas de gritar "¡Estoy hasta la madre!" pero en una facultad llena de psicólogos no esta bien que te cataloguen de loca (bueno, de más loca). Estaba con ganas de no saber nada de nadie ni de nada, de hundirme hurañamente en mi mundo y mirar feo a cualquiera que se me pusiera enfrente, de llegar a mi casa a dormirme y despertar hasta la noche o algo así. Me monté pues en el famoso "Pumabus" y para mi mala suerte, malísima suerte una parejita de snobs se sentaron al lado mío, hablando fluídamente de los libros escritos por Stephenie Meyer, esos del vampirito gay con brillantina Mi Alegría... ¡Y con lo mucho que odio al vampirito gay!

Hablaban de todos los libros, y aunque según ellos "les cagaba" se sabían toda la biografía de los personajes y no solo eso, sino también de los actorsuchos de mierda que se dedican a protagonizar semejante pendejada. Decidí mejor poner mi mp3 a todo volumen, valiéndome que de los audífonos saliera el sonido y los interrumpiera en su "candente charla de literatura". Ahogué sus palabras al ritmo de "Babies" de Pulp. Llegamos a la estación del metro Universidad y salí corriendo, como alejandome de los snobs. Estaba segura de que si me los topaba de nuevo estrellaría sus mutuas cabezas en una técnica ninja hasta dejarlos bien noqueados y le haría un favor a la sociedad callando sus bocas y sus melodramas por Edward Cullen.

Cruzé las escaleras y las muy desgraciadas terminaban en un charco sin forma de esquivar y yo, con mis zapatos de "voy caminando y se me salen" me moje todita. Entre maldiciones y recordándole a la vida que es una puta, esperé al camion... una hora. ¡Una hora! ¡Carajo! ¡Que pinche día de mierda! Ni la voz de Regina Spektor me ayudaba a calmar la desesperación y dejar de cagarme en este dia... Por fin, me subí al camión y me dispuse a leer las 3 primeras páginas del libro para seguir con el encanto del señor Agustín (aunque ya me había leido todo en mis 3 horas de ocio), pero no pude porque al tipo que se paró junto a mi asiento se le ocurrió casi casi echarme sus bolsas directito de la central de abastos encima, como si nos conocieramos de toda la vida. Entre mi jeta de "putos todos" y acomodándome para echarme una siestecita, puse a Pulp de nuevo y me quedé dormida.

Lo demás ya no fue tan mierda, pero aun así deberían cambiar el Miércoles por "Miérdoles" ¿O a ustedes les gustan las mitades de semana?

Para mi consuelo, me informaron que Juan Gabriel región 4 no hizo nada importante más que dormir a todos. Debí sospechar que desde que me puse el zapato y no me calzaba bien (por alguna extraña razón) todo se iba a ir al caño. Desde ahora confiaré en mi sentido común.


PD: Como me alegró el momento y me gusta, la escogí como soundtrack del libro (Aunque no tenga nada que ver). ¡Gózenla!


viernes, 13 de agosto de 2010

Torturas en puño y letra

Hay palabras que no deberían ser escritas, ni siquiera deberían ser pronunciadas, mucho menos deberían ser entregadas y pobre de aquél que se atreva a evaluarlas...

Efectivamente, hablo de las tareas. Esas torturas que debes escrirbir para ver qué tan bien o qué tan mal andas en hacer las cosas que se te piden. Y es que después de tres meses de flojear a gusto, se siente feo que te avienten a un mar de papeleo, de preguntas, de lecturas interminables, de marcatextos, de fechas límite, de explicaciones que más que explicar te confunden más, de amenazas como "Y cuidadito si no lo hacen bien", de presiones, de líneas de investigación y de muchas muchas cosas más.

Uno como estudiante siempre se imagina en el rol de maestro, pensando que si alguna vez nos toca impartir lo que sabemos, vamos a ser los maestros buena onda, los que no dejan nada pesado y los que más que maestros vamos a ser amigos de los estudiantes; como los hijos en el rol del papá al decir "Yo a mis hijos no los voy a regañar". O tomamos la otra dirección, jurando por la pasta de nuestras futuras Tesis que si nos toca enseñar, vamos a ser bien malditos, por mera venganza. Por mi parte preferiría ser del primer rango si alguna vez me tocara enseñar, dejar deberes digamos, moderados y entendibles. Esta bien que una tarea te forme el caracter, las responasbilidades, el empeño, el esfuerzo, etc., pero no se necesita torturar a un grupo de individuos para forjar estas características.

Claro, amo mi carrera y todo ese rollo cursi que uno siente cuando por fin se va a dedicar a lo que (en teoria) le gusta de tiempo completo después de pasar por una secundaria y una prepa donde dices "esto no me gusta, odio esto, amo esto, esto quiero, eso no es para mí". Y eso ya es un estímulo para hacer las cosas bien, para echarle ganas y para entrar de lleno a las profudidades de lo que será nuestra profesión y nuestro sustento hasta que la muerte nos alcance o hasta que nos rescate un ricachon que quiera compartir su fortuna con nosotros solo por hacerle compañia, como en las películas Tontobudenses. Todo perfecto... pero ¿tarea? ¿por qué?

Tarea para aprender, para reforzar, para conocer, para entender, para indagar, para sustentar, para experimentar, para impartir, para aclarar, para crecer... pero también para torturar, para dormir, para cansar, (en ocasiones) para hartar, para sufrir, para desvelarse, para enclaustrujarse en una biblioteca un fin de semana, para perder vida social (si la hay)...

Es como un arma de dos filos. Yo por lo tanto, empiezo mi primera semana con flojera, con mares de deberes estudiantiles, con libros por leer, con entrevistas que hacer, con reportes que redactar, con prácticas que elaborar, con un sueño que parecen dos, con desvelos y con compañía nocturna de una taza de café.

Viernes por la noche... Escribo esta entrada en vez de dedicarme a mis deberes. ¿Mi pretexto? Es Viernes, estoy cansada y sin ganas de saber nada de la escuela. ¿Mi presión? El Sábado y el Domingo se van volando, más cuando tienes compromisos esos días. Esto es algo así como un cronómetro: Al momento de inciarlo, no debe parar y hacer todo dentro del tiempo establecido o terminas jodido.

¿Mi consuelo? No tengo cronómetro.

Espero acostumbrarme pronto a esta nueva vida universitaria o tener suficiente dinero para saturarme de café y cigarros antes de caer en la desesperación y echar todo abajo.

Lo bueno de estudiar psicología es que mientras aprendes de las teorías y de los demás, al mismo tiempo aprendes de ti mismo y quieras o no, encuentras tácticas para decir "esto tengo yo, así se controla y así se soluciona". Solo espero no terminar siendo paciente en vez de licenciada, producto del estrés.

Si por mí fuera organizaría una quema a final de semestre de todo lo que alguna vez nos torturo, tipo "Beatles más famosos que Jesús", pero eso de quemar cosas es taaaaan de los 60's...

Quién sabe... A lo mejor me dejo llevar por el mar friki, como los demás o termino aqui, tirando mis penas a quien las quiera leer y dandoles un dolor de cabeza a unos cuantos. El tiempo lo dirá. Y cuando lo diga, que hable ahora o calle para siempre y yo con él.

viernes, 6 de agosto de 2010

¡Mi reino por un cigarro!

Desde cuando tengo unas ganas, tremendas ganas de fumar... Y es que en casa esta prohibido todo ese rollo de la mala vida, del alcohol, las drogas (refiriendome al tabaco) y el Rock & Roll.

A veces me siento así como en una familia inglesa a la antigua, donde nadie puede decir libremente lo que quiere sin desatar una discusión, donde se finge que todo esta bien aunque a veces nos este llevando el carajo y donde lo único que compartimos es la hora del té (que es más bien hora de café).

A veces me dan ganas de fumar, luego recuerdo que no me gusta fumar sola. Soy de esas que les gusta echar chisme mientras tabaquean o que tienen copa en mano y un cigarro en la otra en una reunión. Las únicas veces que me dispongo a hacerlo sola es cuando es tiempo de reflexiones y una se pone nostalgica... O bajo la lluvia torrencial, aunque haya límite de tiempo para inhalar el amado cigarro antes de que se haga un palito húmedo de nicotina.

Mi hermana a veces me acompaña en nuestro vicio secreto. Es como si nos estuvieramos escondiendo de la Gestapo. Ahora que esta a punto de iniciar un nuevo ciclo escolar, con nuevos compañeros espero encontrar a mi alma gemela, mi alma viciosa que tenga el gusto de decirme "¡Goey! saca los cigarros" y no que me mire feo diciendome "¿Fumas?".

No me considero viciosa, solo me considero fan del cigarro. Pueden quitarme todo, menos un cigarro de la mano. Y es que es tan bonito ahogar tus penas en cortinas de humo, sacar el estrés con cada bocanada, olvidarte por un momento de tu alrededor para contemplar como se ilumina la futura ceniza antes de botarla al suelo con un golpeteo de dedos, como luchas por no llegar a ese saborcito feo del filtro para no arruinar el mal sabor de la fumada...

Yo no sé, pero no moriré sin antes aprender a hacer circulitos con el humo. Y así como se titula esta entrada, daría mi reino por un cigarro. Lamentablemente no tengo reino ni cigarro ni nada, solo las ganas y ansias de salir al mundo real para continuar siendo un puntito negro entre tantos fumadores pasivos...

¡Carajo! ¿Por qué son tan sanos?


P.D: Otro de mis propósitos es tomarme una foto así:


Sépanlo.